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miércoles, 5 de diciembre de 2012

ESTE CIRCO NO ES NORMAL

ESTE CIRCO NO ES NORMAL
 Lilia Ramírez
Me reía como una niña ¡alegre y despreocupada! Ya nuestra entrada al claustro había sido graciosa. Prácticamente le hurté, a un hombre que se paró a contestar el móvil, su lugar. Acabábamos de pisar tierra andaluza y anhelábamos desentumirnos dando una vuelta por el centro de la pequeña población. El verano estaba en su apogeo y el glamoroso y alegre pueblo andaluz hace fiesta hasta las tantas de la noche. El abrasante sol obliga a recogerse durante las horas pico. Calles abandonadas y playas solitarias entre las 11 y las 16. A eso de las 16:30, las familias empiezan a desfilar hacia las doradas playas atlánticas, cargadas de sombrillas, camastros, toallas, heladeras, niños y abuelos. No se alquila nada, o mejor, no hay nada para alquilar, domina la propiedad privada de artículos portátiles para divertirse y pasarla bien en la llamada Costa del Sol. Estoy segura tal denominación alude a un par de cosas: un espléndido sol retando cara a cara el sureste de la península ibérica; la arena dormida sobre sus costas, brillando con amarilla rabia.
Ya en el parque, misteriosamente vacío, advertimos un gran letrero con la cartelera de los espectáculos veraniegos. Verificamos la hora. Unos pasos más allá, según recordaba yo, se estaría desarrollando el espectáculo de arte clown anunciado en el cartel como: “ESTE CIRCO NO ES NORMAL”. Más que atraerme tal título, me fascinó. Insté a mi hija a desplazarnos una cuadra más allá y localizar el sitio. Un tanto sorprendida por mi vehemencia, ella accedió y, bajo una luna ausente, entramos al antiguo Convento de San Francisco, edificación del Siglo XVI, la cual aloja al Archivo Histórico Municipal y a la Biblioteca Iberoamericana. El claustro lucía lleno; la función, comenzada; ningún sitio donde sentarse. Nos acogimos a uno de los pilares y nos sumergimos en la fantasía. Dos tipos, en los papeles de padre e hijo, simulaban estar en la pista de un circo. Detrás de ellos se veía la entrada por la que acróbatas, payasos, animales y demás actores de tales espectáculos, entran y salen a la pista. El diálogo poco a poco nos fue haciendo comprender que en tal circo, nada funcionaba. Cuando se anunciaba el siguiente número, y el público creía habría un actor más, nada, la cosa venía a menos debido a razones chuscas imposibles de recordar con precisión ahora. Por tal motivo, el clown administrador (el padre), libreta en mano, iba dando de baja la actuación en turno. El momento más fascinante para mí, fue cuando anunciaron a un elefante.  Los berridos se escuchaban impresionantemente por el alta voz, supuestamente el paquidermo quedaba oculto por una carpa, y sólo quedaba a la vista el grueso cable de dónde lo jalaban. Era una ilusión tan real, tan sorprendentemente bien articulada a pesar de que, por el espacio disponible, uno sabía no habría tal elefante. Sin embargo, la expectación lograda era tal, que uno esperaba ver, de un momento a otro la fantasía convertida en realidad: el elefante aparecería frente a nosotros. Quiero enfatizar este fenómeno. Cuando algo no es creíble, el contexto, las circunstancias, nosotros mismos, ¿podemos volverlo cierto? No, desde luego que no, aun cuando estemos a punto de creerlo. Lo que es, es, y lo que no es, no es. Principio ontológico básico.
Hubo otro momento divertidísimo en ese circo en el cual nada funcionaba: cuando el padre obliga al chico (que no era un niño, desde luego) a actuar en el lugar del supuesto contorsionista ruso que se ha ido por motivos económicos: el sustituto de Yuri Niculín, gracias a una malla de bailarín en los brazos, da la ilusión de estirarlos y lograr contorsiones sorprendentes, casi inverosímiles, terminadas en tropiezos y enredos. Salimos de ahí riéndonos de tales personajes y de nosotras mismas, cuando supimos que, por la prisa de llegar, nos habíamos colado sin pagar los tres euros de la entrada.
Esta divertida historia circense fue puesta en escena por el desaparecido Miguel Garrido en el año 2000. Según una entrevista a la Compañía Síndrome Clown, conformada por los actores Práxedes Nieto (padre) y Víctor Carretero (hijo), localizada en youtube, desde entonces la han llevado a multitud de lugares de la comunidad autónoma de Andalucía, “…sabemos de lo que se ríe la gente, de lo que se quiere reír la gente…” apunta Víctor, “…somos menos fundamentales que otras profesiones a nivel práctico…”, refiriéndose a que no son tan necesarios para el presupuesto, como el sector salud o el sector educación, pero aún así, el gobierno hace un esfuerzo por apoyarles para llevar la alegría de esta magia al mayor número de ciudadanos posible.
El arte clown, una derivación del teatro tradicional, requiere ciertas habilidades más allá de la sólida formación la cual todo profesional de la actuación teatral debe dominar, como son: interpretación de algún instrumento, destrezas gimnásticas, amplias inflexiones de voz y gran sentido del humor. Dice el clown Gabriel Chame en su blog: “… hay varias categorías de personas a las que no se les recomienda el ingreso a este curso (de arte clown), entre ellas: a los enfermos de solemnidad, a los serios patológicos, a los vanidosos poseedores de toda la sabiduría del mundo, a los adultos recalcitrantes, a los amargos críticos, y a los hipercríticos abrumados por el peso de su inteligencia...”. Un poco de este arte, sería un ingrediente fantástico en nuestras vidas. liliaramirezdeoriza@hotmail.com  

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